La exitosa aplicación del método científico al desarrollo de la técnica y la industria en la segundad mitad del siglo XIX propició un clima antimetafísico y antiidealista en el que germinaron nuevas y muy productivas ideas. Para el positivismo, el modelo del conocimiento lo proporcionan las ciencias positivas, en especial la física y la matemática, por lo que la función de la filosofía es la de la búsqueda de la unidad de los diferentes saberes científicos y sus implicaciones sociales, éticas o políticas (Comte, Spencer, Stuart Mill).
Con su inversión del idealismo, el marxismo se propone unir la teoría con la práctica para construir una sociedad más justa. La verdadera filosofía ha de ser la que signifique la realización de la razón, no de manera abstracta sino en el mundo de la realidad social concreta (el trabajo, las relaciones económicas, la alienación del proletariado, etc.).
Y pensadores como Kierkegaard o Nietzsche rechazan la reducción hegeliana del individuo a simple momento de una totalidad y subrayan la singularidad de la existencia concreta, abriendo el horizonte temático del existencialismo. Lo verdadero y primario es lo singular, lo diferente de cada yo individual, el ser es primariamente libertad y esa capacidad que cada existente humano tiene de decidir y elegir su propio ser.