En la segunda mitad del siglo XIX comienza un gran cambio de las condiciones de vida del hombre occidental, a raíz de la Revolución industrial en marcha, y al tiempo cambiará su percepción de sí mismo y de su sociedad. La tensión entre el individuo como agente de una libertad individual (John Stuart Mill) frente a una nueva clase social (el proletariado) que ha surgido y que reclama sus sistemas de pensamiento y de acción social (movimiento obrero, comunismo, anarquismo…) estallará a final de siglo y principios del XX. Durante este período la confianza en el progreso, iniciada en el siglo XVIII, se percibe como una sensación de mejora constante, como una evolución ascendente de la historia, convirtiéndose incluso en un sentimiento de felicidad que consideraba el trabajo como una de las plenas realizaciones del ser humano. Capitalismo y socialismo en pugna y la lucha de clases y revoluciones conducirían hacia una progresiva democratización (sufragio universal) y a la incorporación a la escena política de la clase trabajadora. La idea de progreso no solo tuvo la cara visible del liberalismo, la democracia o la igualdad jurídica, sino también el lado oscuro de otras complejas consecuencias que condicionaron la Europa de finales del siglo XIX.
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