Desde que el cine nació como atracción de feria, muchas fueron las voces que trataron de acallarlo. Las prohibiciones gubernativas ante el frecuente incendio de los barracones de madera se sumaban a las mentalidades biempensantes que veían en él un factor de corrupción moral, en especial de la juventud. Tardó tiempo que el cine fuese considerado realmente el séptimo arte, como proclamara en 1911 el escritor futurista italiano Ricciotto Canudo, y que se extendiera su poderío como medio de expresión. Poder que conllevó, al tiempo, el intento de reprimirlo por parte de regímenes autoritarios, que veían en él un indudable peligro para sus fines. Las películas solo eran contempladas como elementos de propaganda, y cualquier obra que se saliera de ese canon debía ser perseguida o, cuando menos, ignorada. La historia de la censura sobre el cine constituye un relato de la infamia política contra el nuevo arte. Toda la capacidad de las imágenes, ya sean de carácter documental o de ficción, para convertirse en testimonio de los conflictos, preocupaciones, búsquedas y deseos de una sociedad quedaba así cercenada por quienes se sentían poseedores de la verdad sobre el bien y el mal. Pero, pese a tantos mecanismos represivos, el cine ha salido siempre, a veces con enorme esfuerzo, vencedor de una pugna que quizá nunca tenga fin, porque, en realidad, es un factor más de la lucha por la democracia.
Presenta: Tomás Marco Aragón
Director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando