El llamado giro afectivo en el campo de los estudios de la Antigüedad fue desde un comienzo altamente dependiente de los estudios de la filosofía, ya que los filósofos fueron los primeros en reflexionar sobre el tema. Platón, los estoicos, pero sobre todo Aristóteles —cuyo libro II de su Retórica constituye el primer tratado sistemático sobre las pasiones—, recibieron especial atención por parte de la crítica. Aristóteles precisa por qué asuntos se suscitan las emociones, o en qué circunstancias se originan, frente a quiénes y por qué motivos; es decir, el estado o condición psicológica del que siente. Los estudiosos de las emociones, hoy en día, siguen procediendo de la misma manera, esto es, tratando de determinar un escenario cognitivo —o libreto—, que supone una narrativa breve que acompaña las condiciones en que una emoción ocurre, así como las percepciones y apreciaciones de esas condiciones y las respuestas que de ellas resultan.
En el marco de estos análisis, nuestra propuesta procura avanzar, con un enfoque transdisciplinar, que surge del relevamiento de las emociones entendidas como actitudes estructuradoras de las relaciones sociales. Entendemos la comedia antigua como un discurso político —aun con las distorsiones del caso, al tratarse de un género entre cuyos fines primeros estaba provocar la risa—, en la medida en que supo pronunciarse sobre la política democrática radical de su tiempo, juzgar a sus actores políticos, como los demagogos de turno, y evaluar la situación político-social en términos de justica o injusticia; es decir, expresando juicios de valor sobre lo acontecido. Asimismo, el discurso cómico puede tomarse como un ejemplo extremo de la libertad de expresión (parrhesia) promovida por la política democrática. La filosofía aristotélica, tanto en lo relativo al estudio de las emociones en particular, como en cuestiones de ética en general, proveerá el paradigma oportuno sobre el cual contrastar e interpretar los datos que nos aporten los textos cómicos supérstites y fragmentarios.
Presenta: Fernando García Romero
Catedrático de Filología Griega
Departamento de Filología Clásica
Universidad Complutense de Madrid