Las exportaciones españolas crecen un 49% desde 2008, pero su generación de valor se ve limitada por su alta concentración geográfica y por la dependencia de las importaciones

España ha participado del proceso de integración económica internacional de las últimas décadas, caracterizado por la formación de cadenas de valor globales y el desarrollo de una más densa red de relaciones comerciales entre los países. El peso de las ventas al exterior sobre el PIB ha progresado desde el comienzo de la Gran Recesión desde el 26% al 39% en 2023 y, gracias al dinamismo de sus exportaciones de bienes y servicios —que han crecido un 49% en términos reales desde 2008—, tanto la balanza comercial como la balanza por cuenta corriente han mejorado sustancialmente.

7 octubre, 2024

Ficha de la monografía

España ante los impactos recientes sobre las cadenas de valor globales y la integración comercial internacional

Aunque el crecimiento medio de las exportaciones en la UE-27 fue ligeramente superior, un 56%, la evolución registrada en España ha permitido aumentar el peso de sus ventas al exterior sobre el producto interior bruto (PIB) en 13 puntos porcentuales (pp), frente a los 11,7 en Europa.  Sin embargo, el marcado sesgo regional de sus intercambios —España concentra en Europa occidental el 67% de sus exportaciones manufactureras— ha limitado el despliegue de su red de conexiones con otras economías. La ampliación de dichas redes ha sido muy dinámica en otros países en los años transcurridos del siglo XXI, en especial en economías asiáticas muy competitivas en precios y creciente capacidad de fabricar productos finales e intermedios. Esta menor presencia en mercados más alejados, pero en rápido crecimiento, la modesta especialización española en actividades de alto valor añadido y su dependencia de las importaciones limita la generación de renta nacional de las exportaciones españolas.  En 2020 (último año disponible), el 75,3% de las ventas al exterior de España generaba valor añadido doméstico, por debajo de las economías avanzadas europeas (77,4%) y muy lejos de Estados Unidos (92%)

Esta es una de las principales conclusiones de la monografía España ante los impactos recientes sobre las cadenas de valor globales y la integración comercial internacional, que acaban de publicar la Fundación BBVA y el Ivie: nuestro país tiene menor capacidad de generar valor añadido de lo que sugieren sus importantes mejoras en los niveles de exportaciones brutas, porque parte del valor de las exportaciones corresponde al valor añadido incorporado en las importaciones de bienes intermedios de origen extranjero y, en consecuencia, remunera a factores de producción extranjeros. El estudio ha sido realizado por un equipo de investigadores de la Universidad de Valencia y el Ivie, dirigido por los profesores Francisco Pérez e Iván Arribas, participando en él también Marta Solaz, Eva Benages y Miguel Ángel Casquet.

¿Qué valor añadido doméstico se genera en las cadenas de producción globales?

Las TIC, las mejoras en el funcionamiento del transporte internacional y la abolición de múltiples barreras al comercio han propiciado el desarrollo de cadenas globales de producción en las que participan empresas de múltiples países, entre ellos, España. El resultado de esta nueva oleada de globalización, liderada en muchas ocasiones por empresas multinacionales, ha sido una fragmentación geográfica de los procesos productivos, con la externalización de actividades en otros países. Las economías receptoras de las fases de producción deslocalizadas pasan así a generar una parte del valor añadido total de ese producto. Con frecuencia, los países más desarrollados mantienen las actividades más avanzadas y generadoras de mayor valor añadido dentro de sus fronteras y externalizan tareas que pueden llevar a cabo países con mano de obra más barata y menos cualificada.

España se enfrenta a esta dinámica desde una especialización intermedia, con dificultades para captar las tareas más cualificadas, pero también para competir en costes con los países en desarrollo, aunque existen empresas que sí logran ventajas competitivas, en cualquiera de esos sentidos. Así, si bien las exportaciones brutas españolas han experimentado un destacado crecimiento en términos reales, ese escenario de fragmentación de la producción implica que una parte de las ventas exteriores requiere comprar materias primas y productos intermedios importados. Por tanto, solo parte del valor de lo exportado genera rentas para el país. Las nuevas estadísticas de comercio internacional permiten calcular qué parte de las exportaciones se apoya en importaciones de terceros países, adquiridas como inputs intermedios para que los países puedan realizar sus exportaciones. Gracias a esas estadísticas es posible medir cómo se reparte el valor añadido generado en una cadena de producción internacional de bienes y servicios, entre los países que intervienen en ella.

Uno de los rasgos de España es su menor capacidad de generar valor añadido a partir de sus exportaciones, situándose en este sentido por debajo de otras economías europeas como Alemania o Francia y lejos de otros grandes países como Estados Unidos. Se debe a que un porcentaje importante de sus ventas al exterior incluyen importaciones cuyo valor se queda en el país de origen de estas. El peso de las importaciones de materias primas y productos intermedios depende de la especialización de las empresas exportadoras por sectores y, dentro de estos, de las actividades o tareas más o menos cualificadas que se desarrollan. En el caso español, entre las manufacturas exportadas no predominan las más avanzadas, lo que implica una menor capacidad de generar valor doméstico, en promedio. En los servicios, las cadenas de producción son distintas, y el peso de los inputs intermedios es menor, en general. En 2020, el contenido importado de las exportaciones totales se situaba cerca del 25% para el conjunto de la economía, por lo que el 75,3% restante era valor que se generaba en la economía doméstica. Sin embargo, mientras en el caso de las exportaciones de manufacturas el contenido en valor añadido doméstico era solo del 65,2%, ya que las importaciones suponen el 34,8% restante, en los servicios se elevaba al 88,5%, con únicamente un 11,5% de valor añadido importado.

Gráfico 2. Contenido en valor añadido doméstico en las exportaciones brutas. 1995-2020 (porcentaje)

Dentro de las manufacturas y los servicios también hay diversidad sectorial en cuanto a la capacidad de generar valor añadido doméstico y dependencia de las importaciones. En las manufacturas se observa que en las exportaciones de los equipos de transporte el valor añadido doméstico no llegaba al 60% en 2020, ya que más del 40% procedía del extranjero, concretamente de los países de los que provienen las importaciones de bienes y servicios intermedios. Con cifras similares, se encuentra el sector de la fabricación de productos informáticos, electrónicos y ópticos, cuyas exportaciones generaban un 66% de valor añadido en la economía española. Por el contrario, destacan por su elevado valor añadido doméstico el sector agroalimentario (81,4%) y el textil, cuero y calzado (81,3%).

Por su parte, los servicios, cuyas exportaciones aportan en conjunto mayor valor añadido que las manufacturas, muestran diferencias entre sectores. Los que en mayor medida recurren a las importaciones son los relacionados con la información y comunicaciones y los servicios de transporte, en los que el valor añadido extranjero de sus exportaciones se sitúa en 2020 en un 15,6% (con un 84,4% de valor doméstico). En el lado opuesto figuran las actividades administrativas y servicios auxiliares. El 91% de sus exportaciones suponen valor añadido para la economía española. Son datos relevantes porque el potencial de generación de valor añadido doméstico asociado a la exportación de servicios no turísticos es muy importante en la actualidad en el mundo, y está protagonizando una nueva etapa de la globalización en los años recientes como consecuencia de la digitalización.

El valor añadido de las exportaciones retenido en cada país depende de las tareas desarrolladas dentro de las cadenas de producción internacionales en las que sus empresas y trabajadores participan. En España, según los últimos datos disponibles (2018), el 64,5% del empleo doméstico incorporado en las exportaciones manufactureras está formado por ocupaciones de cualificación media, mientras que el peso de las ocupaciones de cualificación alta supone un 25,7%, claramente por debajo del resto de países europeos (34,9%). En los servicios, las ocupaciones más cualificadas suponen un porcentaje ligeramente superior, un 27,8%, pero sigue alejado del de los países más avanzados de tamaño similar.

Gráfico 4. Empleo doméstico incorporado en las exportaciones, por tipo de ocupación según su cualificación. Manufacturas y servicios. Comparación internacional, 2018 (porcentaje)

 

Alcance y consecuencias del sesgo regional de las exportaciones

La apertura al exterior de la economía española ha avanzado desde la llegada de la Gran Recesión porque las exportaciones han crecido a un ritmo promedio anual entre 2008 y 2023 del 2,7% en términos reales, muy superior al crecimiento del PIB (0,6%).

Sin embargo, aunque las empresas españolas comercian en la actualidad con un gran número de países, los intercambios están muy concentrados en los mercados europeos, pues a ellos se dirige el 67% de las exportaciones manufactureras, según datos de 2022. Ahora bien, la UE-27 representa el 20,4% de la economía mundial, de manera que las exportaciones españolas están geográficamente sesgadas. El sesgo hacia los países más próximos es habitual en todas las regiones del mundo, pero no siempre se produce con la misma intensidad. En las principales economías de Europa y Norteamérica se observa más el fenómeno, que resulta reforzado porque los acuerdos comerciales regionales favorecen los intercambios entre los socios de los mismos. No se aprecia lo mismo, en cambio, en las economías de Asia oriental, cuyas exportaciones se dirigen a todos los mercados del mundo, con menos sesgo por los destinos de la región. Parece que ese marcado sesgo geográfico se está reduciendo en la mayoría de las economías europeas con el paso del tiempo. Sus ventas se dirigen cada vez en mayor medida a cualquier región del mundo, contribuyendo al avance de la globalización.

La elevada regionalización de las exportaciones españolas supone un sesgo geográfico de su red de conexiones comerciales, es decir, un peso de los países europeos en las ventas al exterior muy alejado de su importancia en el PIB global. Una medida del fuerte sesgo regional de las exportaciones españolas es su grado de conexión neutral (el indicador que mide la distancia entre la distribución efectiva de las exportaciones a otros países y los pesos relativos de las economías del mundo). El grado de conexión neutral alcanzaría el 100% si no hubiera sesgos regionales, es decir, si la economía mundial funcionara como una verdadera aldea global. El grado de conexión de España está en el 42% en 2022. Pero los avances en esa dirección han sido notables en el mundo y el valor medio del grado de conexión de los países alcanza el 70,7%, siendo el de España uno de los más bajos de las grandes economías europeas.

El bajo grado de conexión global español significa que mercados que han crecido mucho no pesan tanto en el comercio exterior español. Esa falta de neutralidad geográfica de las redes comerciales españolas limita su capacidad de aprovechar el dinamismo de ciertas economías -en especial las asiáticas- en las décadas más recientes.

Los sesgos regionales en el comercio no son de la misma intensidad entre sectores. Entre las manufacturas, la falta de neutralidad geográfica de los flujos de exportación es más acusada en el sector textil, del cuero y calzado, con solo un 13,4% de conexión en 2022; en la fabricación de productos metálicos (17,9%), en la fabricación de equipos de transporte (25%) y en informática y equipos electrónicos (25,9%).

Impacto de la covid-19 y de las perturbaciones recientes sobre la integración internacional

La evolución de la integración internacional avanza tanto por el progreso de la apertura como del grado de conexión de los países, y puede verse afectada por los shocks que la economía padece. A diferencia de la Gran Recesión, que tuvo efectos duraderos en el comercio internacional, la pandemia tuvo un efecto más coyuntural y una vez superado el periodo de hibernación de la economía el mundo continuó con su proceso de integración, impulsado ahora también por los servicios. En 2020 cayeron tanto el grado de apertura como el grado de conexión, porque las economías sufrieron el impacto de las alteraciones de las cadenas de suministros internacionales, buscando alternativas y refugiándose en los canales de compras más próximos. Pero las densas redes de intercambios internacionales también mostraron una enorme resiliencia, basada en la existencia de alternativas de aprovisionamiento y en las ventajas de costes de algunos proveedores. Como consecuencia de ello, ambos indicadores volvieron a sus niveles pre-covid-19 pronto, ya en 2021. Durante el periodo de la pandemia y pospandemia España vio aumentar su grado de apertura, especialmente para el sector de la fabricación de productos metálicos, y ligeramente su grado de conexión, destacando en ese sentido el sector agroalimentario.

En general, durante la pandemia, los países más resilientes fueron aquellos que presentaban una mayor concentración, tanto geográfica como sectorial, de sus exportaciones, centrándose especialmente en la producción de bienes intermedios.

En cambio, la guerra ruso-ucraniana desencadenada a principios de 2022 ha tenido impactos prolongados, provocando más una reorientación de los flujos comerciales que una reducción de los grados de apertura y conexión. Obviamente, la intensidad de los efectos ha sido variable en las economías, en especial en las directamente implicadas en el conflicto. Así, Rusia ha reorientado sus exportaciones a Asia y América del Sur, sin que esto afecte demasiado a su grado de apertura. Ucrania, por el contrario, ha visto reducirse su grado de apertura y también el de conexión en mayor medida, ya que ha reorientado sus exportaciones hacia Europa en detrimento del mercado asiático. España no ha modificado el volumen de las exportaciones, ni se observa un cambio relevante en la distribución geográfica de estas.

En resumen, los autores destacan que las mejoras experimentadas por el sector exterior español tras la Gran Recesión, gracias al notable aumento de las exportaciones de bienes y también de servicios, pueden reforzar su capacidad de generar valor añadido por dos vías. En primer lugar, mejorando su participación en las tareas desarrolladas en las correspondientes cadenas de producción globales mediante una especialización progresiva en actividades de mayor valor añadido. En segundo lugar, ampliando el número de países de destino de las exportaciones, reduciendo la concentración de nuestras ventas en los mercados europeos para reforzarla en otros de mayor crecimiento, en especial los asiáticos. Ambas palancas se apoyan en un refuerzo de factores de producción claves para la mejora de la productividad y la competitividad actuales: el capital humano y los activos intangibles.