CONFERENCIA

El decano de la Facultad de Filología y Comunicación de la Universitat de Barcelona ha impartido la decimotercera conferencia LOGOS

Javier Velaza analiza el complejo mosaico lingüístico de la península ibérica antes de la llegada de griegos y romanos

La España prerromana está marcada en el imaginario colectivo por hitos como la Dama de Elche de los íberos, la resistencia del lusitano Viriato, o Tartessos, la considerada por los griegos primera civilización de Occidente. Sin embargo, las lenguas paleohispánicas continúan siendo un misterio, cuyo alcance ha expuesto Javier Velaza, catedrático de Filología de la Universitat de Barcelona, en “Las lenguas y escrituras antiguas de la península ibérica”, una nueva entrega del ciclo LOGOS que se ha celebrado el jueves 10 de noviembre, en el Palacio del Marqués de Salamanca.

11 noviembre, 2022

Conferencia

Las lenguas y escrituras antiguas de la península ibérica

10 de noviembre a las 19:30 h

“De las lenguas antiguas de la península ibérica, que se hablaban antes de la llegada de los griegos y los romanos, tenemos conocimiento por unas tres mil quinientas inscripciones que se corresponden a por lo menos siete lenguas diferentes y diez sistemas de escritura distintos”, explica Javier Velaza.

La más antigua de ellas surge en torno a la zona de Huelva, probablemente hacia el siglo VIII antes de Cristo y por influencia de los colonos fenicios. “Comienzan a escribir, pero creando un nuevo sistema de escritura, en lugar de tomar el de los fenicios. Esa experiencia la conocemos muy poco porque solo nos han quedado unas pequeñas muestras sobre cerámica, pero es importante porque de ese sistema gráfico -que no es propiamente un alfabeto- derivarán todos los que estuvieron vigentes en la península desde el siglo VIII a.C. hasta el Imperio Romano”, hace notar quien también es decano de la Facultad de Filología y Comunicación.

Siguiendo un orden cronológico, “en el siglo VII hay otra cultura que ocupa la región del Algarve con cierta penetración a los cursos de los ríos Guadiana y Guadalquivir y posee lo que llamamos escritura tartésica o sublusitana. Conservamos un centenar de estelas sobre piedra y es una lengua totalmente indescifrada, que, al parecer duró solo entre 50 y 70 años y luego desapareció por completo”.

Íberos y celtíberos

Aparece a continuación la cultura ibérica, que se extiende desde el Rosellón francés hasta Andalucía, con especial presencia en el valle del Ebro. “Los íberos empezaron a escribir hacia finales del siglo V antes de Cristo -las dataciones más antiguas que tenemos se sitúan en torno al año 420- y su lengua se mantuvo hasta el Imperio Romano, en algunos casos hasta la dinastía Julio-Claudia. Es la lengua mejor documentada, porque conocemos unas 2.500 inscripciones, pero sigue siendo una lengua indescrifrada, por desgracia, por lo que no podemos traducirla”.

La siguiente cultura en el curso de la historia es la celtíbera. “Muy probablemente, los celtíberos aprendieron a escribir por el contacto con los íberos. Tomaron el signario de estos y lo adaptaron para escribir la suya. Disponemos de unas 300 inscripciones, muchas de ellas muy breves. Al tratarse en este caso de una lengua indoeuropea, pariente de las lenguas célticas, podemos estudiarla con las herramientas de la lingüística comparada, pero necesitaríamos más inscripciones para poder descifrarla por completo”.
Mucho menos conocidas son las dos últimas experiencias escriturarias que Velaza expondrá: “Una de ellas es la de los lusitanos, de quienes tenemos únicamente seis inscripciones. Es una lengua indoeuropea, pero no celta, que se escribió entre el siglo I antes de Cristo y el siglo II de nuestra era y probablemente conservada con fines religiosos o de culto”.

“La última de la que tenemos constancia y también con testimonios muy reducidos”, afirma el catedrático, “es la lengua de los antiguos vascones. Durante muchos tiempo hemos pensado que era una cultura que no escribía, pero ahora tenemos algunas evidencias de que, si no lo hicieron de manera extensiva, al menos sí plasmaron algunos textos, utilizando una adaptación del signario ibérico”.

Todos estos sistemas de escritura, explica Velaza, no son propiamente alfabetos, sino “semisilabarios, pues para las vocales y ciertas consonantes tiene alfabeto (cada fonema tiene una grafía), pero para el resto de las consonantes el sistema atribuye un signo para cada sílaba (uno para “ba”, otro para “be”, etc.). Es, pues, una mezcla entre alfabeto y silabario”.

Sin una piedra de Rosetta que dé las claves

Por otra parte, “no tenemos piedra de Rosetta para estas lenguas: por eso son básicamente indescifrables. Solamente para la lengua ibérica contamos con algunas inscripciones bilingües, pero son muy pocas, muy reducidas de extensión y ni siquiera estamos seguros de que sean realmente bilingües, pues puede ser que contengan mensajes diferentes en cada lengua”, indica el catedrático.

Pese a estos obstáculos, “sabemos mucho más que hace diez años y que hace treinta: por ejemplo, en la lengua celtibérica, al ser indoeuropea, a medida que dispongamos de más textos podremos avanzar razonablemente en su comprensión, porque podremos comparar con otras indoeuropeas como el celta, el latín o el griego… En el caso de la lengua íbera no tenemos la certeza de un pariente próximo, pero gracias a la comparación interna y el análisis combinatorio obtenemos progresos, limitados pero seguros, que nos permiten identificar bastante bien los nombres de personas y atribuir el valor de determinados sufijos. En textos cortos podemos saber de qué van o cuál es su función, pero los más largos siguen siendo extraordinariamente esquivos”.