El viaje alrededor del mundo de Alejandro Malaspina. Las Corbetas del Rey

Viajar a América

Navegar al Nuevo Mundo fue un hecho corriente en la España de 1700, y Cádiz, la Sirena del Océano imaginada por Lord Byron, la cuna de ese tráfico marítimo.

Por aquel entonces, dos convoyes oficiales enfilan anualmente el Atlántico desde aguas gaditanas, protegidos, eso sí, por galeones para ahuyentar al pirata: el conocido como la Flota de Nueva España, con destino Veracruz, y el llamado de los Galeones de Tierra Firme, rumbo a Cartagena de Indias y Portobelo. Con este vaivén marinero, la popular Tacita de Plata es un hervidero de mercancías consecuencia del monopolio comercial disfrutado por la ciudad hasta la década de los ochenta. Del otro lado se recibe azúcar, café, cacao, harina, pimienta de tabasco, tabaco, lana de vicuña, pieles de guanaco, cueros, tintes, oro, plata, cobre, embarcándose chacina, aguardiente, vino, lienzos, paño y demás. La economía marca la pauta con ultramar, y la monarquía española contempla tan alejados dominios como una fuente inagotable de riqueza. Tremenda heredad por disfrutar.

Aquellas lejanas tierras son un espacio soñado por los sabios europeos. Un halo mágico envuelve a sus moradores, derivado de las noticias, muchas inventadas, que los buques mercantes traen a Occidente. El modo de desvelar el misterio y conocer la verdad es simple, arriesgado y caro: viajar para explorar in situ. Con esta misión, voceando el santo nombre de la ciencia, desde la vieja Europa se organizan expediciones que recorren el mundo rastreando lo desconocido. Costosas empresas navales con una derivada política sustancial, sin la cual jamás hubiesen salido de puerto. De este conjunto expedicionario, los viajes protagonizados por el inglés James Cook, el francés Jean François Galaup, conde de La Pérouse, y el italiano Alejandro Malaspina destacan sobremanera, componiendo una tríada viajera continua en espacio y tiempo, reflejo fiel de los intereses cruzados que España, Francia e Inglaterra despachan allende los mares, disputándose el control de ingentes recursos naturales. Pesca, minería, ganadería, peletería, agricultura, industria maderera son argumentos que valen su peso en oro para pelear por un puesto, o todos, en la margen izquierda, o derecha, según se mire, del océano Atlántico. Este fue el ilusorio, polifacético, prolijo y proceloso mar del poder por donde navegó el oficial de la armada española Alejandro Malaspina, consumando un pretendido «viaje científico y político alrededor del mundo» impulsado por su graciosa majestad el rey Carlos III.

Nace Alejandro un 5 de noviembre de 1754 en la localidad italiana de Mulazzo, de la que su padre, Carlo Morello, era marqués. Igual de notable resulta la línea materna, pues su madre, Caterina Meli Lupi, pertenece al linaje de los príncipes de Soragna. Cuenta Alejandro ocho años cuando la familia se traslada a Palermo. Luego viene la ciudad de Roma y más tarde su viaje a España, ingresando en la gaditana escuela de guardiamarinas. Corre el año 1774. Su carrera militar es vertiginosa. Sube veloz el escalafón, alcanzando el grado de brigadier al regreso del famoso viaje. Méritos no le faltan en su hoja de servicios, que recoge la participación en numerosas y enconadas campañas militares. Lo encontramos embarcado en la fragata Santa Teresa defendiendo la ciudad de Melilla, sitiada por la hueste marroquí; y estuvo presente en el asedio a Gibraltar por el ejército español en 1780. Durante el combate los ingleses capturaron el navío San Julián, de cuya tripulación forma parte. Una fuerte tempestad descarga sobre la zona. Impetuosas olas zarandean la embarcación mientras el pertinaz aguacero inunda la cubierta. La confusión se generaliza. Un intrépido, astuto y despabilado teniente de fragata, de nombre Alejandro Malaspina, supo sacar provecho al desorden; sublevó la marinería, recuperó el control de la nave y regresó a Cádiz. Se corrió la voz. Tocando puerto, el clamor popular inunda la bahía celebrando la hazaña.

El tiempo aporta madurez y sosiego al viajero. Los objetivos del marino varían, se vuelven trascendentes. La década de los años ochenta es el punto de inflexión. Comienza una etapa orientada a explorar el Nuevo Mundo. Viajar le sirve para sumar millas, para coger experiencia, abriendo ojos y mente a un panorama desolador donde desigualdad, injusticia y corrupción, mal gobierno en definitiva, son la resultante de un sistema colonial obsoleto, decadente. Desde entonces, las preguntas rondan por la cabeza del ya capitán soliviantando su pensamiento: ¿cómo se puede gobernar América sin conocerla?, ¿cómo hacerlo ignorando la realidad? Resolver la incógnita con conocimiento de causa exige buscar la verdad, ver el territorio en primera persona, ampliamente, en profundidad. Cumplida esta etapa, la tarea resulta más sencilla, pues consiste en analizar los hechos para diseñar un orden administrativo respetuoso con la idiosincrasia de una comunidad plural, espacial y socialmente distante de la metrópoli. Su último viaje, la expedición que le ha dado fama, tuvo este sello de identidad. Malaspina viajó para ser útil a España. En el empeño gastó su tiempo, y no le faltaron ni tesón ni coraje ni prudencia, ni mucho menos el deseo de ver para conocer, esclarecer y comprender, para, en definitiva, instruirse sobre el planeta y la vida de quienes lo habitan, siguiendo la filantrópica idea de construir una sociedad más justa, regida por el principio del bien común. ¿El objetivo? Extender la prosperidad humana a todas partes. Su expedición fue un utópico e inefable viaje hacia la libertad persiguiendo la felicidad de los demás. Otro sueño de la razón con sus correspondientes monstruos.

Cádiz, 30 de julio de 1789. Hace días que las corbetas Descubierta y Atrevida están preparadas para hacerse a la mar. Gobernadas por los capitanes de fragata Alejandro Malaspina y José Bustamante, ese jueves emprenden la misión de circunnavegar el globo. El 21 de septiembre de 1794 las embarcaciones regresan al puerto gaditano. Han transcurrido cinco años. Finaliza la aventura. No dieron la vuelta al mundo, pero exploraron minuciosamente mares y tierras de América, Asia y Oceanía. Leyendo su diario, sabemos que Malaspina halla la lógica satisfacción por concluir un viaje del cual se siente complacido y cansado. Al regreso, es la monarquía de otro Carlos, el cuarto, quién le juzga, y razones tiene para meditar las consecuencias de sus actos. No acabó en la cárcel por casualidad, pasando una larga temporada encerrado en un húmedo presidio. ¿Cuál es la causa del infortunio?

Cualquier lector de Trafalgar, el primero de los Episodios nacionales escritos por Galdós, es libre de sospechar algún parentesco entre Alejandro y la acomodada familia Malespina: José María y Rafael, padre e hijo, oficiales del cuerpo de artillería, que pronto recorren las páginas del relato. Avanzando en la lectura, el propio Galdós satisface nuestra curiosidad, deshace la confusión desmintiendo cualquier relación con el célebre marino. ¿Hacia dónde conduce la insinuación? Sopesamos interpretar la alusión, incluido el cambio de vocal, como una llamada de atención encubierta; como un guiño literario al personaje y a su viaje, sí, pero más todavía a otra historia posterior protagonizada por su majestad Carlos IV, la reina María Luisa y el ministro Godoy, con la participación estelar de Alejandro Malaspina en el papel de traidor. Cuando en octubre de 1805 la flota inglesa derrota a la armada española en las inmediaciones del cabo Trafalgar, hace un par de años que Malaspina expía sus pecados contra la nación desterrado en tierras italianas. Antes, por el mismo delito, pasó unos cuantos recluido entre las cuatro paredes de una inhóspita, herrumbrosa y húmeda mazmorra del castillo coruñés de San Antón. Fueron otros viajes, obligados, innombrables, ignominiosos, caminos tramposos transitados con dolor y deshonra. Los pormenores de la conjura se narran al final. Adelantamos que la historia no es ejemplar: venganza, deseo, traición, odio, poder, despecho, rencor son las pasionales razones que mueven los hilos de este folletín regio.

Las páginas siguientes contienen la relación del viaje y sus circunstancias, hermanando palabras e imágenes. El relato es una travesía polifónica, narrada por las voces solistas del comandante Malaspina, del capitán Bustamante, del teniente coronel Antonio Pineda y del guardiamarina Fabio Ala Ponzone. La puesta en escena incluye actores invitados, pero no hay prisa por conocer sus nombres. Empleando estosmimbres hicimos el cesto de una historiamayúscula versionada en minúscula buscando una divulgación de calidad, con fundamento literario. El resultado, sin duda, es un libro diferente de los tantos que lustran la bibliotecamalaspiniana. Con él damos respuesta, una entre muchas, a la iniciativa científica y cultural desplegada desde el proyecto de investigación Expedición de Circunnavegación Malaspina 2010: Cambio Global y Exploración de la Biodiversidad del Océano Global, liderado por el profesor Carlos Duarte. Y no olvidamos conmemorar los doscientos años del fallecimiento de Alejandro Malaspina, ocurrido el 9 de abril de 1810 en la localidad italiana de Pontremoli. Contribuir a su memoria es el homenaje.

Recordatorio final. Sepa el lector que «nada ocurrió como se cuenta, pero todo es verdad». Cualquier historia se narra de muchas maneras; esta es la nuestra.

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© de los textos, Andrés Galera Gómez

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© de las imágenes:

Detalle del volcán Chimborazo y la corbeta Atrevida. © Museo Naval, Madrid.
Plano y vista del puerto y la bahía de Cádiz. © Museo Naval, Madrid.
Carlos III. © Museo Naval, Madrid.
Alejandro Malaspina. © Museo Naval, Madrid.
Mapamundi. © Museo Naval, Madrid.
Las Tetas de Biobío. © Museo Naval, Madrid.
Apresto, armamento y pertrechos de las corbetas Descubierta y Atrevida. © Museo de América, Madrid.
Preparación de la expedición. © Museo Naval, Madrid.
José Bustamante y Guerra. © Museo Naval, Madrid.
Dionisio Alcalá Galiano. © Museo Naval, Madrid.
Antonio Pineda. © Museo Naval, Madrid.
Luis Neé. © Museo Naval, Madrid.
Caja de instrumentos de dibujo perteneciente a Felipe Bauzá. © Museo Naval, Madrid.
Herbario de Luis Neé (3 fotos). © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Reloj de longitudes. © Museo Naval, Madrid.
Sextante. © Museo Naval, Madrid.
Arsenal de la Carraca. © Museo Naval, Madrid.
Maqueta de la corbeta Descubierta. © Museo Naval, Madrid.
Cecropia. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Animales acuáticos. © Museo de América, Madrid.
Manuscrito de Tadeo Haenke. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Palmera de Tipuani. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Costa noroeste. © Museo Naval, Madrid.
La Descubierta en la isla de San Ambrosio. © Museo Naval, Madrid.
Fondeadero de El Realejo y volcán El Viejo. © Museo de América, Madrid.
Pez ballesta. © Museo Naval, Madrid.
Tortuga y pez. © Museo Naval, Madrid.
Gusano del pan. © Museo Naval, Madrid.
Molusco cefalópodo. © Museo Naval, Madrid.
Gaviotín. © Museo Naval, Madrid.
Plano de Montevideo. © Museo Naval, Madrid.
Martín pescador. © Museo Naval, Madrid.
Puma. © Museo Naval, Madrid.
Modo de enlazar el ganado. © Museo Naval, Madrid.
Señoras de Montevideo. © Museo Naval, Madrid.
Buenos Aires desde el río. © Museo Naval, Madrid.
Buenos Aires desde el camino de las carretas. © Museo Naval, Madrid.
Algarropa. © Museo Naval, Madrid.
Ganso. © Museo Naval, Madrid.
Patagona. © Museo Naval, Madrid.
Reunión con los patagones. © Museo Naval, Madrid.
Puerto Deseado. © Museo Naval, Madrid.
Carta esférica de las costas de la América meridional. © Museo Naval, Madrid.
Péndulo simple. © Museo Naval, Madrid.
Establecimiento de la Soledad en las islas Malvinas. © Museo Naval, Madrid.
Banca de hielo. © Museo Naval, Madrid.
La corbeta Atrevida entre bloques de hielo. © Museo Naval, Madrid.
Perdicium. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Catiguala y su hijo. © Museo Naval, Madrid.
Santiago de Chile. © Museo Naval, Madrid.
Puente de Calicanto. © Museo Naval, Madrid.
Lapageria rosea. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Tadeo Haenke. Dibujo de V. R. Grüner, reproducido del libro Trabajos científicos y correspondencia de Tadeo Haenke, de M.ª Victoria Ibáñez (ed.), (Madrid: Lunwerg, 1992).
Arnica peruana. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Volcán de Arequipa. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Dos panorámicas del puerto de Valparaíso. © Museo Naval, Madrid.
Tabla de colores. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Isla de San Ambrosio. © Museo Naval, Madrid.
Embarcación de Arica. © Museo de América, Madrid.
Lycopersicon chilense. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Mulata de Lima. © Museo de América, Madrid.
Paseo del Agua en Lima. © Museo Naval, Madrid.
Passiflora. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Plano del fondeadero de El Callao. © Museo Naval, Madrid.
Indio casibo e indio chispeo. © Museo de América, Madrid.
Herbario. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Bignonia. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Martinete coronado. © Museo Naval, Madrid.
José del Pozo. Dibujo en paradero desconocido, reproducido del libro Los pintores de la expedición de Alejandro Malaspina, de Carmen Sotos (Madrid: Real Academia de la Historia, 1982).
La ciudad de Guayaquil. © Museo de América, Madrid.
Charrán. © Museo Naval, Madrid.
El volcán Chimborazo y el río Guayaquil. © Museo de América, Madrid.
Hibiscus tiliaceus. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
La ciudad de Panamá vista desde la isla de Naos. © Museo Naval, Madrid.
Isla y puerto de Taboga. © Museo de América, Madrid.
Pez gallo. © Museo Naval, Madrid.
El Realejo. © Museo Naval, Madrid.
Fondeadero de El Realejo y volcán El Viejo. © Museo de América, Madrid.
Mujeres de El Realejo. © Museo de América, Madrid.
Puerto de Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
Tortuga verde. © Museo Naval, Madrid.
Vista de la bahía y puerto de Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
Plumeria. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Chaetodon amarillo. © Museo Naval, Madrid.
Pira y sepulcro en puerto Mulgrave. © Museo Naval, Madrid.
Indio de Mulgrave. © Museo de América, Madrid.
Tetrao lagopus, variedad americana. © Museo Naval, Madrid.
India de Mulgrave. © Museo Naval, Madrid.
Puerto del Desengaño. © Museo Naval, Madrid.
Carta esférica de los reconocimientos hechos en 1792 en la costa noroeste. © Museo Naval, Madrid.
Las corbetas Descubierta y Atrevida en la costa noroeste. © Museo de América, Madrid.
Playa y establecimiento de Nutka. © Museo Naval, Madrid.
Baile en la playa de Nutka. © Museo Naval, Madrid.
Vista del canal de Vernacci y una gran cascada. © Museo de América, Madrid.
Macuina. © Museo de América, Madrid.
Playa de Nutka. © Museo Naval, Madrid.
Pájaro carpintero. © Museo Naval, Madrid.
Crassulaceae. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Mapache. © Museo Naval, Madrid.
Modo de pelear de los indios de California. © Museo Naval, Madrid.
Población y puerto de Acapulco. © Museo de América, Madrid.
Puerto de Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
Indios mexicanos. © Museo de América, Madrid.
Ciudad de Acapulco y fondeadero. © Museo Naval, Madrid.
Cascada de Querétaro. © Museo de América, Madrid.
Indias mexicanas. © Museo Naval, Madrid.
Indias tejiendo. © Museo de América, Madrid.
Plaza Mayor de México. © Museo Naval, Madrid.
Ajolote (dos fotos). © Museo Naval, Madrid.
Dahlia rosea. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Querétaro. © Museo de América, Madrid.
Zaragates de México. © Museo de América, Madrid.
Helecho. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Iguana y lagartija de Panamá y Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
Serpiente de coral. © Museo Naval, Madrid.
Insectos. © Museo Naval, Madrid.
Oso hormiguero. © Museo Naval, Madrid.
Agave. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Usteria scandens. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
México visto desde Guadalupe. © Museo de América, Madrid.
Las goletas Sutil y Mexicana. © Museo Naval, Madrid.
Canal de Salamanca. © Museo Naval, Madrid.
Vista del puerto de Palapa. © Museo de América, Madrid.
Puerto de Sorsogón. © Museo Naval, Madrid.
Volcán de Albay. © Museo Naval, Madrid.
Nativo de la isla de Guam. © Museo Naval, Madrid.
Plaza de San Francisco, en Manila. © Museo Naval, Madrid.
Negra de Manila. © Museo de América, Madrid.
Macao. © Museo Naval, Madrid.
Chino. © Museo de América, Madrid.
Pagoda chinesca. © Museo Naval, Madrid.
Delfín. © Museo de América, Madrid.
Muerte de Antonio Pineda. © Museo Naval, Madrid.
Dugongo. © Museo de América, Madrid.
Zamboanga. © Museo Naval, Madrid.
Hombre y mujer de Nueva Holanda (dos fotos). © Museo Naval, Madrid.
Colonia de Parramata. © Museo Naval, Madrid.
Colonia de Sídney. © Museo Naval, Madrid.
Recibimiento de los oficiales en bahía Botánica. © Museo de América, Madrid.
Baile de las mujeres en Vavao. © Museo Naval, Madrid.
Mujeres mariscando. © Museo de América, Madrid.
Malaspina acompañado de dos nativas. © Museo de América, Madrid.
Mujer tendida en una hamaca. © Museo de América, Madrid.
Aguada de las corbetas en la isla Vavao. © Museo de América, Madrid.
Paso de los Andes de Santiago a Mendoza. © Museo Naval, Madrid.
La corbeta Atrevida entre bancas de hielo. © Museo Naval, Madrid.
Colonia del Sacramento. © Museo Naval, Madrid.
La ciudad de Cádiz contemplada desde el castillo de San Sebastián. © Museo Naval, Madrid.
Alejandro Malaspina. © Museo Naval, Madrid.
Castillo de San Antón. © José Manuel Candales/Museo Militar de A Coruña.
Antonio Valdés. © Museo Naval, Madrid.
Retrato de Carlos IV. © Museo Naval, Madrid.
Castello di Mulazzo. Dibujo de Eugenio Branchi, reproducido del libro L’album della lunigiana di Eugenio Branchi, de Dario Manfredi (ed.), (Pontremoli: Paolo Salvi, 2008).
Alejandro Malaspina. Dibujo de Eugenio Branchi, reproducido del libro L’album della lunigiana di Eugenio Branchi, de Dario Manfredi (ed.), (Pontremoli: Paolo Salvi, 2008).
Indio guagua. © Museo de América, Madrid.
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