El viaje alrededor del mundo de Alejandro Malaspina. Las Corbetas del Rey

Acapulco en el horizonte

Han pasado dos días y las condiciones de navegación son espléndidas. La soledad costera contrasta abiertamente con la diversidad de animales que surcan el cielo y el océano.

Aves, peces y mamíferos acuáticos encuentran acomodo en estos parajes. De repente, la máquina del mundo se para. A la altura del golfo de Montijo el viento deja de soplar. Quedan inmovilizados. Paciencia. Las innumerables bandadas de peces son presa fácil de aburridos marineros sin nada mejor que hacer. Dorados, atunes, bonitos, mantas y tiburones se distribuyen entre la cocina y la colección de historia natural. También algún ave ha caído víctima del tedio. Los marineros tienen buena puntería. La naturaleza hace más soportable el penoso trance. El sol cae a plomo, y así seguirá. La posibilidad de que la tripulación sufra insolaciones es grande. Un nuevo motivo de mortificación para Malaspina. Por precaución, se colocan toldos protectores y se aumenta el rancho en un cuartillo de vino. Una bebida asombrosa, eficaz remedio contra el frío y el calor. Veintisiete marineros están afectados por calenturas. Los galenos aplican sangrías, administran quina, antimoniales y ácidos vegetales. La efectividad del tratamiento es dudosa, pero es el único conocido.

El calendario cruza el año 1791. En la primera semana de enero el tiempo mejora. Una brisa suave acaricia los barcos, regalo de los Reyes Magos. Puro espejismo. La calma vuelve rápidamente. Una desesperante quietud reina por doquier. Llevan veinte días inmovilizados. El contratiempo altera los planes de cabotaje previstos para el año recién comenzado. Hay que adaptarse a las circunstancias y decidir entre llegar tarde a la escala de San Blas, en mala época para navegar la costa noroeste, u omitir parcialmente el reconocimiento del litoral mexicano. Cabe una tercera posibilidad, la elegida por Alejandro Malaspina: que las corbetas realicen trayectos independientes. La Atrevida viajará directamente hacia Acapulco y San Blas, preparando allí las futuras etapas de la expedición. Simultáneamente, la Descubierta seguirá la linde costera desembarcando en El Realejo a los notables pasajeros que conduce; no lo olvidemos. Con la esperanza de recuperar el tiempo perdido, el 7 de enero las naves dividen sus destinos. El clima volvió a la normalidad. La Descubierta recorre apresuradamente el litoral costarricense hasta el golfo del Papagayo. Después, sin dilación, surcan aguas nicaragüenses. El 19 de enero fondean en el puerto de El Realejo. La costa occidental de Nicaragua es un referente geográfico importante, una puerta hacia el Caribe atravesando las aguas del río San Juan. Lo recordarán al desarrollar los trabajos hidrográficos. Don Antonio Pineda y don Tadeo Haenke se adelantaron en una lancha para ganar tiempo reconociendo el terreno. Al llegar los encuentran explorando la zona, capturando animales y recogiendo plantas. Deberán ser prudentes al recorrer los terrenos pantanosos del estero Doña Paula. Hábitat natural de muchas y desconocidas plantas acuáticas y escondrijo habitual de felinos que acechan resguardados entre los frondosos mangles e hicacos que lo pueblan. Mientras, en la playa, las tortugas y los cangrejos corren por la arena.

Nicaragua es una región de volcanes y aquí se localiza uno de los más altos: El Viejo, con 1.745 metros sobre el nivel del mar. ¿Quién resiste la tentación de trepar hasta la cima? Pineda y Haenke no. Subir resulta difícil y peligroso. Dos días dura la ascensión. En la cumbre Haenke se libra milagrosamente de la mordedura mortal de una serpiente de cascabel. El hombre sigue vivo de milagro. Superado el susto, puede disfrutar de una idílica panorámica del terreno colindante, incluido el pueblo de Nuestra Señora de la Concepción de El Viejo. Concluidas satisfactoriamente las actividades, solo resta partir. La mañana del 30 de enero las corbetas levan anclas iniciando la travesía hacia Acapulco.

El viaje transcurre por una línea costera baja, punteada de volcanes con una periodicidad casi matemática. Destaca, majestuoso, el cono del Pacaya, cercano a la ciudad de Guatemala y uno de los más activos de Centroamérica. La temida calma chicha vuelve a manifestarse en las inmediaciones del volcán. Hasta el 24 de febrero no consiguen alejarse de la zona. El mes de marzo trajo cambios significativos. La travesía discurre con desesperante lentitud. Llegar a México se ha convertido en un auténtico problema. Con casi dos meses de retraso, al anochecer del 27 de marzo, la Descubierta fondea en Acapulco. Vislumbramos el disgusto de un cansado Alejandro Malaspina harto de padecer contrariedades. Las circunstancias le superaron, trastocando sus planes. Pronto tendrá otros.

Principia febrero cuando la Atrevida atraca en Acapulco. En el puerto no se encuentra la nao de Manila, que habitualmente permanece hasta el mes de marzo. Este año no vino. Lo cuenta un desilusionado Fabio, que desde Valparaíso viaja a las órdenes del capitán Bustamante. El cambio lo promovió don Alejandro, que no aprueba el abrupto comportamiento del protegido y quiere evitar males mayores. Según el relato del guardiamarina, Acapulco es un lugar miserable, habitado por gentes de color dedicadas a comercializar los productos provenientes de Filipinas. Mercancías que distribuyen a todas partes. Son flojos y endebles, dolientes de tercianas, disentería y venéreas, añade Bustamante. Una ciudad complicada. Estarán veinte días, el tiempo suficiente para recoger las órdenes remitidas desde Madrid, embarcar a los oficiales cartógrafos José Espinosa y Ciriaco Cevallos —recién llegados de España— y aprovisionarse de agua y leña. Los víveres se comprarán en San Blas, porque son más baratos y de similar calidad, a excepción de dos quintales de garbanzos, cuya bondad y precio son aquí mejores. En pocos días ocurren las primeras deserciones. La dotación completa de uno de los botes huyó. Nueve hombres en busca de una oportunidad, que no tendrán. Sus posibilidades de ponerse a salvo son escasas, porque los nativos andan al acecho estimulados por la generosa recompensa que su captura reporta. La fuga no duró una semana. El líder de la cuadrilla, el gaviero mayor, se libró del castigo. Es un tipo avispado y se ha refugiado en la iglesia, acogiéndose a sagrado. El resto no tuvo tanta suerte. Hay poco que hacer y, careciendo de mejor ocupación, un grupo de marineros limpia la quilla usando largos escobones de esparto. Tienen ayuda. Atraídos por el color rojizo del cobre, los peces se acercan succionando como posesos las algas y los hongos del verdín adherido al metal.

Sábado 26 de febrero de 1791. Las diez en punto de la mañana. La Atrevida da vela rumbo a San Blas. La distancia es corta, aunque esperan una navegación dilatada por culpa del viento. Hace tiempo que las cosas van despacio en este viaje, y así seguirán de momento. La costa es muy conocida y no tienen otra intención que llegar a puerto. Primero de abril. Ayer atracó la Atrevida en San Blas. Tienen como tarea prioritaria preparar la campaña del noroeste antes de que fondee su compañera. También procederán a la puesta a punto del barco, imprescindible para transitar con garantías por las gélidas aguas del norte. Algunas reparaciones debieron efectuarse antes, pero el dinero no sobra y se postergaron para economizar. Pronto llegan novedades. La corte envía órdenes estrictas de verificar la existencia de un supuesto paso interoceánico descubierto en la región ártica por el navegante español Ferrer Maldonado el año 1558. La noticia es vieja, aunque recientemente, en noviembre, el geógrafo Philippe Buache la ha divulgado en la Academia de Ciencias de París como si fuera el hallazgo geográfico del siglo. Que lo sería, de ser cierta. Es evidente que la rivalidad política empuja a la corona a incentivar la búsqueda. La información es falsa. El canal no existe. El viaje de Ferrer es apócrifo. Además, ¿qué ventajas se obtendrían de navegar por el polo Norte frente a ir por el cabo de Hornos? La reflexión pertenece al diario de José Espinosa. El oficial tiene razón. Buscar el paso no responde a una cuestión de utilidad, se hace por el prurito de triunfar en una misión donde los demás fracasaron.

Cinco de abril. José Bustamante es un mar de dudas. Conoce el mandato del ministro y desconoce el paradero de Alejandro. ¿Qué hacer? Como militar, cumplir las órdenes es prioritario. Si, rebasado el día 24, no hubiese noticias de la Descubierta, tomará la iniciativa y emprenderán la exploración motu proprio. El plan es meridiano: navegar directamente hasta el monte San Elías, donde, supuestamente, se localiza la entrada del estrecho, regresando hacia octubre o noviembre una vez despejada la duda. Lo ignora, pero elucubra en vano. Hace poco que la Descubierta recaló en Acapulco y Malaspina ha tomado las riendas del asunto. Habrá que reorganizarlo todo. Pasados algunos días, recibe un comunicado ordenándosele que regrese. Cunde la urgencia, pero hay tiempo para acabar las labores emprendidas y embarcar toneles, herrajes, maderas, brea y lastre, además del instrumental que anda siempre disperso por tierra. Sin olvidar los doscientos quintales de pan y las ciento cincuenta arrobas de tocino para repartir entre ambas embarcaciones. Hambre sabemos que no pasan. Salen de San Blas en la madrugada del 13 de abril. Sopla el terral. Dan vela a todo trapo. Tienen prisa. La vuelta será rápida. Solo siete días.

El retraso acumulado desde El Realejo convenció a Malaspina de la necesidad de suspender el reconocimiento de la costa noroeste, adecuando los tiempos al examen del amplio territorio todavía por explorar hasta completar la vuelta al mundo. Pero no tiene opción, tendrá que transitar las aguas heladas del norte. Como sabemos, llegaron a Acapulco el 27 de marzo superando ampliamente los cincuenta días de navegación. Permanecerán en puerto poco más de un mes. La corbeta está varada. El barco necesita un repaso a fondo. Se revisan el casco, la cubierta, la arboladura, el velamen. Malaspina viaja a la ciudad de México. Un pequeño paréntesis, de reposo tal vez. Le espera el conde de Revillagigedo, a la sazón virrey. Se conocen, tienen amigos comunes, hay confianza recíproca. Hablarán de política, de la insurrecta Europa, de los dominios visitados, de la desesperante calma chicha soportada desde Panamá y, cómo no, de su próxima campaña buscando un incierto canal interoceánico. Recibirá instrucciones y mejores consejos.

La Atrevida regresó. El primero de mayo es la fecha elegida para partir. No irán todos. El virrey dio el visto bueno a la permanencia en el país de un selecto grupo de oficiales, encargados de continuar las labores geográficas y cartográficas. Les acompañan los naturalistas Pineda y Neé, dispuestos a examinar concienzudamente cada palmo de tierra mexicana. Antes de partir, finiquitan una nueva remesa testimonio del buen hacer de estos exploradores. Cartas esféricas, planos, dibujos de plantas y bichos, paisajes, diarios, cuadernos de apuntes, herbarios, animales disecados, minerales, rocas, forman un tesoro de saberes adecuadamente preservado y embalado para su transporte a la metrópoli vía Veracruz.

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Detalle del volcán Chimborazo y la corbeta Atrevida. © Museo Naval, Madrid.
Plano y vista del puerto y la bahía de Cádiz. © Museo Naval, Madrid.
Carlos III. © Museo Naval, Madrid.
Alejandro Malaspina. © Museo Naval, Madrid.
Mapamundi. © Museo Naval, Madrid.
Las Tetas de Biobío. © Museo Naval, Madrid.
Apresto, armamento y pertrechos de las corbetas Descubierta y Atrevida. © Museo de América, Madrid.
Preparación de la expedición. © Museo Naval, Madrid.
José Bustamante y Guerra. © Museo Naval, Madrid.
Dionisio Alcalá Galiano. © Museo Naval, Madrid.
Antonio Pineda. © Museo Naval, Madrid.
Luis Neé. © Museo Naval, Madrid.
Caja de instrumentos de dibujo perteneciente a Felipe Bauzá. © Museo Naval, Madrid.
Herbario de Luis Neé (3 fotos). © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Reloj de longitudes. © Museo Naval, Madrid.
Sextante. © Museo Naval, Madrid.
Arsenal de la Carraca. © Museo Naval, Madrid.
Maqueta de la corbeta Descubierta. © Museo Naval, Madrid.
Cecropia. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Animales acuáticos. © Museo de América, Madrid.
Manuscrito de Tadeo Haenke. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Palmera de Tipuani. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Costa noroeste. © Museo Naval, Madrid.
La Descubierta en la isla de San Ambrosio. © Museo Naval, Madrid.
Fondeadero de El Realejo y volcán El Viejo. © Museo de América, Madrid.
Pez ballesta. © Museo Naval, Madrid.
Tortuga y pez. © Museo Naval, Madrid.
Gusano del pan. © Museo Naval, Madrid.
Molusco cefalópodo. © Museo Naval, Madrid.
Gaviotín. © Museo Naval, Madrid.
Plano de Montevideo. © Museo Naval, Madrid.
Martín pescador. © Museo Naval, Madrid.
Puma. © Museo Naval, Madrid.
Modo de enlazar el ganado. © Museo Naval, Madrid.
Señoras de Montevideo. © Museo Naval, Madrid.
Buenos Aires desde el río. © Museo Naval, Madrid.
Buenos Aires desde el camino de las carretas. © Museo Naval, Madrid.
Algarropa. © Museo Naval, Madrid.
Ganso. © Museo Naval, Madrid.
Patagona. © Museo Naval, Madrid.
Reunión con los patagones. © Museo Naval, Madrid.
Puerto Deseado. © Museo Naval, Madrid.
Carta esférica de las costas de la América meridional. © Museo Naval, Madrid.
Péndulo simple. © Museo Naval, Madrid.
Establecimiento de la Soledad en las islas Malvinas. © Museo Naval, Madrid.
Banca de hielo. © Museo Naval, Madrid.
La corbeta Atrevida entre bloques de hielo. © Museo Naval, Madrid.
Perdicium. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Catiguala y su hijo. © Museo Naval, Madrid.
Santiago de Chile. © Museo Naval, Madrid.
Puente de Calicanto. © Museo Naval, Madrid.
Lapageria rosea. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Tadeo Haenke. Dibujo de V. R. Grüner, reproducido del libro Trabajos científicos y correspondencia de Tadeo Haenke, de M.ª Victoria Ibáñez (ed.), (Madrid: Lunwerg, 1992).
Arnica peruana. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Volcán de Arequipa. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Dos panorámicas del puerto de Valparaíso. © Museo Naval, Madrid.
Tabla de colores. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Isla de San Ambrosio. © Museo Naval, Madrid.
Embarcación de Arica. © Museo de América, Madrid.
Lycopersicon chilense. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Mulata de Lima. © Museo de América, Madrid.
Paseo del Agua en Lima. © Museo Naval, Madrid.
Passiflora. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Plano del fondeadero de El Callao. © Museo Naval, Madrid.
Indio casibo e indio chispeo. © Museo de América, Madrid.
Herbario. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Bignonia. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Martinete coronado. © Museo Naval, Madrid.
José del Pozo. Dibujo en paradero desconocido, reproducido del libro Los pintores de la expedición de Alejandro Malaspina, de Carmen Sotos (Madrid: Real Academia de la Historia, 1982).
La ciudad de Guayaquil. © Museo de América, Madrid.
Charrán. © Museo Naval, Madrid.
El volcán Chimborazo y el río Guayaquil. © Museo de América, Madrid.
Hibiscus tiliaceus. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
La ciudad de Panamá vista desde la isla de Naos. © Museo Naval, Madrid.
Isla y puerto de Taboga. © Museo de América, Madrid.
Pez gallo. © Museo Naval, Madrid.
El Realejo. © Museo Naval, Madrid.
Fondeadero de El Realejo y volcán El Viejo. © Museo de América, Madrid.
Mujeres de El Realejo. © Museo de América, Madrid.
Puerto de Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
Tortuga verde. © Museo Naval, Madrid.
Vista de la bahía y puerto de Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
Plumeria. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Chaetodon amarillo. © Museo Naval, Madrid.
Pira y sepulcro en puerto Mulgrave. © Museo Naval, Madrid.
Indio de Mulgrave. © Museo de América, Madrid.
Tetrao lagopus, variedad americana. © Museo Naval, Madrid.
India de Mulgrave. © Museo Naval, Madrid.
Puerto del Desengaño. © Museo Naval, Madrid.
Carta esférica de los reconocimientos hechos en 1792 en la costa noroeste. © Museo Naval, Madrid.
Las corbetas Descubierta y Atrevida en la costa noroeste. © Museo de América, Madrid.
Playa y establecimiento de Nutka. © Museo Naval, Madrid.
Baile en la playa de Nutka. © Museo Naval, Madrid.
Vista del canal de Vernacci y una gran cascada. © Museo de América, Madrid.
Macuina. © Museo de América, Madrid.
Playa de Nutka. © Museo Naval, Madrid.
Pájaro carpintero. © Museo Naval, Madrid.
Crassulaceae. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Mapache. © Museo Naval, Madrid.
Modo de pelear de los indios de California. © Museo Naval, Madrid.
Población y puerto de Acapulco. © Museo de América, Madrid.
Puerto de Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
Indios mexicanos. © Museo de América, Madrid.
Ciudad de Acapulco y fondeadero. © Museo Naval, Madrid.
Cascada de Querétaro. © Museo de América, Madrid.
Indias mexicanas. © Museo Naval, Madrid.
Indias tejiendo. © Museo de América, Madrid.
Plaza Mayor de México. © Museo Naval, Madrid.
Ajolote (dos fotos). © Museo Naval, Madrid.
Dahlia rosea. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Querétaro. © Museo de América, Madrid.
Zaragates de México. © Museo de América, Madrid.
Helecho. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Iguana y lagartija de Panamá y Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
Serpiente de coral. © Museo Naval, Madrid.
Insectos. © Museo Naval, Madrid.
Oso hormiguero. © Museo Naval, Madrid.
Agave. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Usteria scandens. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
México visto desde Guadalupe. © Museo de América, Madrid.
Las goletas Sutil y Mexicana. © Museo Naval, Madrid.
Canal de Salamanca. © Museo Naval, Madrid.
Vista del puerto de Palapa. © Museo de América, Madrid.
Puerto de Sorsogón. © Museo Naval, Madrid.
Volcán de Albay. © Museo Naval, Madrid.
Nativo de la isla de Guam. © Museo Naval, Madrid.
Plaza de San Francisco, en Manila. © Museo Naval, Madrid.
Negra de Manila. © Museo de América, Madrid.
Macao. © Museo Naval, Madrid.
Chino. © Museo de América, Madrid.
Pagoda chinesca. © Museo Naval, Madrid.
Delfín. © Museo de América, Madrid.
Muerte de Antonio Pineda. © Museo Naval, Madrid.
Dugongo. © Museo de América, Madrid.
Zamboanga. © Museo Naval, Madrid.
Hombre y mujer de Nueva Holanda (dos fotos). © Museo Naval, Madrid.
Colonia de Parramata. © Museo Naval, Madrid.
Colonia de Sídney. © Museo Naval, Madrid.
Recibimiento de los oficiales en bahía Botánica. © Museo de América, Madrid.
Baile de las mujeres en Vavao. © Museo Naval, Madrid.
Mujeres mariscando. © Museo de América, Madrid.
Malaspina acompañado de dos nativas. © Museo de América, Madrid.
Mujer tendida en una hamaca. © Museo de América, Madrid.
Aguada de las corbetas en la isla Vavao. © Museo de América, Madrid.
Paso de los Andes de Santiago a Mendoza. © Museo Naval, Madrid.
La corbeta Atrevida entre bancas de hielo. © Museo Naval, Madrid.
Colonia del Sacramento. © Museo Naval, Madrid.
La ciudad de Cádiz contemplada desde el castillo de San Sebastián. © Museo Naval, Madrid.
Alejandro Malaspina. © Museo Naval, Madrid.
Castillo de San Antón. © José Manuel Candales/Museo Militar de A Coruña.
Antonio Valdés. © Museo Naval, Madrid.
Retrato de Carlos IV. © Museo Naval, Madrid.
Castello di Mulazzo. Dibujo de Eugenio Branchi, reproducido del libro L’album della lunigiana di Eugenio Branchi, de Dario Manfredi (ed.), (Pontremoli: Paolo Salvi, 2008).
Alejandro Malaspina. Dibujo de Eugenio Branchi, reproducido del libro L’album della lunigiana di Eugenio Branchi, de Dario Manfredi (ed.), (Pontremoli: Paolo Salvi, 2008).
Indio guagua. © Museo de América, Madrid.
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