El viaje alrededor del mundo de Alejandro Malaspina. Las Corbetas del Rey

El Callao, la puerta del Perú

Las corbetas ya no se dirigen a Valdivia, porque las adversas condiciones atmosféricas lo desaconsejan. Cambiaron de planes.

La bahía de Talcahuano parece el sustituto adecuado en territorio chileno. Fondearon el día 24. La generosidad del gobernador se hizo notar. Al instante llegaron toda clase de refrescos de la mejor calidad, explica Bustamante. Sospechamos que sirvieron para festejar las buenas noticias recibidas de Madrid. Ascensos para casi todos. Gracia concedida por su majestad Carlos IV celebrando su pasada entronización. La carta llegó en el correo de Buenos Aires. Alejandro fue nombrado capitán de navío. Reconocieron sus méritos, circunstancia que la marina antepone a todo lo demás. Lo piensa Fabio y lo escribe en sus cartas. Tiene razón, aunque guía su mano un corazón colmado de gratitud. También remitió Valdés las órdenes oportunas para que estos peregrinos del mar transiten sin inconvenientes por los confines del reino. Cerca del puerto, dominando el inmediato valle de la Mocha, se ubica la ciudad de Concepción. Sí, se denomina así por la Inmaculada Concepción. Fue Pedro Valdivia quien tuvo la ocurrencia. Corría el año 1552. El emplazamiento es reciente porque cambiaron su ubicación tras sufrir un devastador terremoto el año 1751, maremoto incluido. En estos momentos, la población se recupera de una mortífera epidemia de viruela. Cerca de dos mil quinientas almas se marcharon al otro mundo.

Las labores hidrográficas y geodésicas que los condujeron a la bahía se completaron convenientemente. Es hora de partir. Resta mucha costa por examinar, y desde Talcahuano las corbetas navegarán separadas para optimizar los recursos ganando tiempo. La Atrevida viajará directamente hacia Valparaíso, donde los astrónomos comenzarán a elaborar un plano celeste de la región meridional. La Descubierta retrasará su salida esperando un cargamento de vino. Un sustento necesario, y los de esta tierra tienen merecida fama. Son las tres de la madrugada del 2 de marzo cuando la Atrevida leva anclas. La navegación fue dificultosa, con neblinas y mar gruesa que los obligan a fondear en más de una ocasión. Nueve días duró el trayecto. A las dos de la tarde del 17 de marzo arriba la Descubierta. Viene de explorar las islas de Juan Fernández. Tuvo una navegación franca y provechosa. En la vecina capital, Santiago de Chile, el gobernador don Ambrosio O’Higgins, que hace poco regresó de tomar los baños, espera a los comandantes. Este católico irlandés al servicio de la corona es un hombre inteligente, cabal y con peso político en ultramar. Tiene visión de futuro. Proyecta reformar el camino hacia Valparaíso, el principal puerto del país, que ahora es una vía pedregosa trazada por llanos y montes que duplican su altura en las inmediaciones de los Andes, en cuya falda desparrama la capital sus calles. Los viajeros madrugaron. A las cinco de la mañana comienzan la marcha. Veintiséis leguas los separan de la capital. Faltos de descanso, los transeúntes no perdonan la siesta. Reposaron en una cómoda hacienda del valle de la Vinilla. Tampoco viene mal que don Javier Bustamante, primo del capitán, tenga casa en el valle de Puangui. Aquí pernoctaron, pasando una agradable velada. Pisaron Santiago mediada la siguiente jornada. Se asombrarán al contemplar el puente de Calicanto, auténtico símbolo de esta ciudad, construido sobre el cauce del río Mapocho a base de cal y cantos. El pueblo fue literal eligiendo el nombre. Es una obra de ingeniería con más de doscientos metros de longitud, inaugurada en junio de 1779. La construcción tiene mérito. Las rocas se transportaron desde la vecina cantera del cerro Blanco, utilizándose más de doscientos mil huevos para elaborar la argamasa. Quien lo diría, este puente es una gigantesca tortilla de piedras. Mayúscula será la sorpresa de hallar al botánico Tadeo Haenke por estos pagos. Llegó tarde a Cádiz y, por fin, se une al grupo. Su viaje ha sido azaroso.

La fortuna le fue esquiva, o no. Viajó a América embarcado en el navío Nuestra Señora del Buen Suceso, pero la nave naufragó en las inmediaciones de Montevideo. Sabía nadar y fue uno de los supervivientes. Perdió sus pertenencias, pero salvó la vida. Libros y papeles desaparecieron. Bueno, alguno conservó. Lo demás, tiempo tendrá de reponerlo. Las corbetas habían abandonado el Río de la Plata ocho días antes del desastre. Mala suerte. Impertérrito ante la adversidad, en febrero emprendió viaje hacia Santiago. Recorrió la pampa y atravesó la cordillera andina por el conocido paso del Inca. Este hombre nació para caminar. Andar y andar es su destino. Por algo se llama Tadeo Peregrino Haenke. Leyendo la correspondencia de Fabio afirmamos que, a primera vista, parece una persona inteligente y valiosa. Desde luego, no ha perdido el tiempo con tanto desplazamiento. Recolectó un buen manojo de plantas. Cerca de mil cuatrocientos ejemplares recogidos en unos meses.

En Valparaíso las cosas van viento en popa. Se concluyó el plano portuario, se completó la aguada, se repuso el cargamento de leña y el catálogo estelar progresa adecuadamente. Las deserciones son continuas; incluso los centinelas aprovechan la soledad del vigía para huir. Antonio Pineda regresó el 13 de abril. Fue a inspeccionar las minas de plata de San Pedro Nolasco, en la ladera occidental de la cordillera. Su impresión no es halagüeña. La corona sacará escaso beneficio de estas prospecciones. Todo está dispuesto para zarpar. Restan por embarcar la tienda, el cuarto de círculo y el péndulo, que se utilizarán de madrugada. Por la mañana una espesa niebla procedente del norte oculta el escenario. La esperanza de levar anclas desaparece. La neblina vino como se fue, sigilosa. En la tarde del día 14 las ventolinas favorables del sur los ponen rumbo a Coquimbo. El mal tiempo y el hecho de ser aquella una región muy conocida los anima a no entretenerse. Quieren ir rápidos. En la costa abundan las tierras bajas y escarpadas con una exigua vegetación, limitada a pequeños núcleos arbustivos. La superficie toma altura en el interior, formando un conglomerado montañoso desigual.

Doblaron la quebrada de Limarí y pronto avistarán punta de Vaca. Están cerca del puerto de la Herradura, su destino. Cuatro días tardan en llegar. El desembarcadero es excelente, protegido del viento y con un delicado fondo arenoso. Como de costumbre, todo ha sido convenientemente dispuesto. Malaspina y Bustamante se dirigen a Coquimbo, donde los esperan las autoridades. La habitual recepción. El trayecto es corto, apenas cincuenta minutos de cómodo discurrir playero, muy agradable en bajamar y algo molesto con el agua crecida. En su tramo final el camino tuerce hacia el interior, evitando las zonas pantanosas que separan la población del mar. La ciudad es un lugar agradable, con buena climatología, hermosas vistas, aguas cristalinas, fértiles llanuras y un caudaloso río sobresaliente en regar campos y mover molinos. Un espacio maravilloso, cercano a la ficción, según el sentir de Alejandro Malaspina.

Cuarenta y ocho horas bastaron para concluir las tareas, pero el país es una importante región minera con yacimientos de oro, plata y cobre que avivan las expectativas de la monarquía. Últimamente se descubrieron nuevos depósitos de mercurio, y nadie mejor que los naturalistas para proceder al examen. Tienen de plazo hasta final de mes, fecha fijada para la salida. Regresarán antes. Las minas de oro y mercurio de Andacollo y Punitaqui están cerca. El día 28 han vuelto. Para llegar, primero hay que recorrer un camino llano y arenoso hasta la ladera del cerro donde se ubican; luego, es necesario transitar por pedregosas quebradas que conducen a la entrada de cada explotación. Durante la espera la tropa se entretiene practicando el tiro al blanco. La idea ha sido del comandante. Los mejores tiradores reciben su premio en especie: vino y tabaco. También son tiempos de congoja. El día 20 falleció un grumete de la Atrevida apuñalado durante una pelea en Valparaíso. Temeroso, el muchacho había ocultado la lesión durante días. Gravemente herido, una hemorragia interna debilitó su cuerpo hasta la extenuación. Los médicos poco pueden hacer sino prolongar su agonía esperando un milagro, que los hay. El aprendiz no se ha ido solo al cielo, le acompañó un artillero de la Descubierta fulminado por un derrame cerebral. Dos pérdidas más que sumar a la retahíla de deserciones. Tres marineros han huido horas antes de la partida. La búsqueda de los fugitivos resulta infructuosa, y no hay tiempo que perder. La solución más eficaz es poner precio a sus cabezas dictando orden de busca y captura. Por cada individuo restituido se pagarán treinta pesos. Las continuas fugas han puesto en peligro la gobernabilidad de las corbetas. La situación requiere medidas drásticas. Las órdenes del comandante son tajantes: se suspende cualquier contacto con tierra hasta el arribo al puerto de El Callao; cuando sea necesario desembarcar, la lancha irá al mando de un oficial, auxiliado por dos soldados dispuestos a cuidar de los ocupantes a punta de pistola. Es la madrugada del 30 de abril. Nada los retiene en Coquimbo.

Las corbetas vuelven a separase con la intención de explorar rápidamente la pequeña franja costera que los separa de El Callao. La Descubierta reconocerá las islas Desventuradas prosiguiendo luego hasta Lima. El 10 de mayo alcanza el pequeño archipiélago, situado en la franja continental del desierto de Atacama. Son apenas cuatro islas, un islote y algunos pedruscos de semblante feo y escarpado. La isla mayor, llamada San Ambrosio, resulta inaccesible en todo su perímetro. El pétreo conjunto transmite una sensación de absoluto abandono. Hasta los lobos marinos, tan frecuentes en estas latitudes, repudian el lugar. Permanecer aquí es malgastar tiempo y esfuerzo, más aún cuando en el horizonte se intuye el puerto de El Callao, donde atracan el 20 de mayo.

Por su parte, la Atrevida corre suerte en la rada de Arica que avistan la tarde del día 14. La ensenada es un espacio privilegiado, con bancos de peces y ballenas que circulan libremente. Con el anteojo se puede ver el volcán de Arequipa vomitando fuego. Entró en erupción. La estancia será corta, cuatro días. Prohibido bajar a tierra, que ninguno lo olvide. Los únicos desplazamientos son de carácter hidrográfico, y van supervisados por el propio Bustamante. Solo el botánico Neé tiene permiso para ausentarse. Puede vagar libremente durante cuarenta y ocho horas. Hará lo que mejor sabe hacer: herborizar. Con él no hay riesgo de huida. Y si no vuelve nadie le buscará. Casas de caña y adobe dibujan el perfil de este pueblo marinero cubierto por un aire malsano, motivo por el cual la población acomodada habita la vecina localidad de Tarma. Huyen de las fiebres tercianas. Quienes permanecen son gentes de semblante triste y mal color, cuyo único auxilio es un aguerrido y variopinto grupo de frailes mercedarios, franciscanos y hermanos de San Juan de Dios. Veintidós religiosos con tan escasos conocimientos sanitarios que curan de milagro. La población cultiva la tierra. Trigo, maíz, aceite, pimientos, coles y algún vino son el premio a su esfuerzo. El guano, excremento de aves, es su principal riqueza. El producto se emplea como fertilizante y es un lucrativo negocio.

Auxiliada por los remolcadores, la madrugada del 19 de mayo la Atrevida reemprende la marcha. Al amanecer ya marcan el morro de Arica. Seguirán sus operaciones hidrográficas hasta la punta de Nazca, donde las retomó la Descubierta. En nueve días se reúnen con sus compañeros. El oficial Cayetano Valdés los recibe en el puerto. Le ha tocado turno de guardia. Mañana desembarcarán. Alejandro los pondrá al corriente.

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Detalle del volcán Chimborazo y la corbeta Atrevida. © Museo Naval, Madrid.
Plano y vista del puerto y la bahía de Cádiz. © Museo Naval, Madrid.
Carlos III. © Museo Naval, Madrid.
Alejandro Malaspina. © Museo Naval, Madrid.
Mapamundi. © Museo Naval, Madrid.
Las Tetas de Biobío. © Museo Naval, Madrid.
Apresto, armamento y pertrechos de las corbetas Descubierta y Atrevida. © Museo de América, Madrid.
Preparación de la expedición. © Museo Naval, Madrid.
José Bustamante y Guerra. © Museo Naval, Madrid.
Dionisio Alcalá Galiano. © Museo Naval, Madrid.
Antonio Pineda. © Museo Naval, Madrid.
Luis Neé. © Museo Naval, Madrid.
Caja de instrumentos de dibujo perteneciente a Felipe Bauzá. © Museo Naval, Madrid.
Herbario de Luis Neé (3 fotos). © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Reloj de longitudes. © Museo Naval, Madrid.
Sextante. © Museo Naval, Madrid.
Arsenal de la Carraca. © Museo Naval, Madrid.
Maqueta de la corbeta Descubierta. © Museo Naval, Madrid.
Cecropia. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Animales acuáticos. © Museo de América, Madrid.
Manuscrito de Tadeo Haenke. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Palmera de Tipuani. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Costa noroeste. © Museo Naval, Madrid.
La Descubierta en la isla de San Ambrosio. © Museo Naval, Madrid.
Fondeadero de El Realejo y volcán El Viejo. © Museo de América, Madrid.
Pez ballesta. © Museo Naval, Madrid.
Tortuga y pez. © Museo Naval, Madrid.
Gusano del pan. © Museo Naval, Madrid.
Molusco cefalópodo. © Museo Naval, Madrid.
Gaviotín. © Museo Naval, Madrid.
Plano de Montevideo. © Museo Naval, Madrid.
Martín pescador. © Museo Naval, Madrid.
Puma. © Museo Naval, Madrid.
Modo de enlazar el ganado. © Museo Naval, Madrid.
Señoras de Montevideo. © Museo Naval, Madrid.
Buenos Aires desde el río. © Museo Naval, Madrid.
Buenos Aires desde el camino de las carretas. © Museo Naval, Madrid.
Algarropa. © Museo Naval, Madrid.
Ganso. © Museo Naval, Madrid.
Patagona. © Museo Naval, Madrid.
Reunión con los patagones. © Museo Naval, Madrid.
Puerto Deseado. © Museo Naval, Madrid.
Carta esférica de las costas de la América meridional. © Museo Naval, Madrid.
Péndulo simple. © Museo Naval, Madrid.
Establecimiento de la Soledad en las islas Malvinas. © Museo Naval, Madrid.
Banca de hielo. © Museo Naval, Madrid.
La corbeta Atrevida entre bloques de hielo. © Museo Naval, Madrid.
Perdicium. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Catiguala y su hijo. © Museo Naval, Madrid.
Santiago de Chile. © Museo Naval, Madrid.
Puente de Calicanto. © Museo Naval, Madrid.
Lapageria rosea. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Tadeo Haenke. Dibujo de V. R. Grüner, reproducido del libro Trabajos científicos y correspondencia de Tadeo Haenke, de M.ª Victoria Ibáñez (ed.), (Madrid: Lunwerg, 1992).
Arnica peruana. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Volcán de Arequipa. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Dos panorámicas del puerto de Valparaíso. © Museo Naval, Madrid.
Tabla de colores. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Isla de San Ambrosio. © Museo Naval, Madrid.
Embarcación de Arica. © Museo de América, Madrid.
Lycopersicon chilense. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Mulata de Lima. © Museo de América, Madrid.
Paseo del Agua en Lima. © Museo Naval, Madrid.
Passiflora. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Plano del fondeadero de El Callao. © Museo Naval, Madrid.
Indio casibo e indio chispeo. © Museo de América, Madrid.
Herbario. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Bignonia. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Martinete coronado. © Museo Naval, Madrid.
José del Pozo. Dibujo en paradero desconocido, reproducido del libro Los pintores de la expedición de Alejandro Malaspina, de Carmen Sotos (Madrid: Real Academia de la Historia, 1982).
La ciudad de Guayaquil. © Museo de América, Madrid.
Charrán. © Museo Naval, Madrid.
El volcán Chimborazo y el río Guayaquil. © Museo de América, Madrid.
Hibiscus tiliaceus. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
La ciudad de Panamá vista desde la isla de Naos. © Museo Naval, Madrid.
Isla y puerto de Taboga. © Museo de América, Madrid.
Pez gallo. © Museo Naval, Madrid.
El Realejo. © Museo Naval, Madrid.
Fondeadero de El Realejo y volcán El Viejo. © Museo de América, Madrid.
Mujeres de El Realejo. © Museo de América, Madrid.
Puerto de Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
Tortuga verde. © Museo Naval, Madrid.
Vista de la bahía y puerto de Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
Plumeria. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Chaetodon amarillo. © Museo Naval, Madrid.
Pira y sepulcro en puerto Mulgrave. © Museo Naval, Madrid.
Indio de Mulgrave. © Museo de América, Madrid.
Tetrao lagopus, variedad americana. © Museo Naval, Madrid.
India de Mulgrave. © Museo Naval, Madrid.
Puerto del Desengaño. © Museo Naval, Madrid.
Carta esférica de los reconocimientos hechos en 1792 en la costa noroeste. © Museo Naval, Madrid.
Las corbetas Descubierta y Atrevida en la costa noroeste. © Museo de América, Madrid.
Playa y establecimiento de Nutka. © Museo Naval, Madrid.
Baile en la playa de Nutka. © Museo Naval, Madrid.
Vista del canal de Vernacci y una gran cascada. © Museo de América, Madrid.
Macuina. © Museo de América, Madrid.
Playa de Nutka. © Museo Naval, Madrid.
Pájaro carpintero. © Museo Naval, Madrid.
Crassulaceae. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Mapache. © Museo Naval, Madrid.
Modo de pelear de los indios de California. © Museo Naval, Madrid.
Población y puerto de Acapulco. © Museo de América, Madrid.
Puerto de Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
Indios mexicanos. © Museo de América, Madrid.
Ciudad de Acapulco y fondeadero. © Museo Naval, Madrid.
Cascada de Querétaro. © Museo de América, Madrid.
Indias mexicanas. © Museo Naval, Madrid.
Indias tejiendo. © Museo de América, Madrid.
Plaza Mayor de México. © Museo Naval, Madrid.
Ajolote (dos fotos). © Museo Naval, Madrid.
Dahlia rosea. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Querétaro. © Museo de América, Madrid.
Zaragates de México. © Museo de América, Madrid.
Helecho. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Iguana y lagartija de Panamá y Acapulco. © Museo Naval, Madrid.
Serpiente de coral. © Museo Naval, Madrid.
Insectos. © Museo Naval, Madrid.
Oso hormiguero. © Museo Naval, Madrid.
Agave. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
Usteria scandens. © Archivo del Real Jardín Botánico-CSIC.
México visto desde Guadalupe. © Museo de América, Madrid.
Las goletas Sutil y Mexicana. © Museo Naval, Madrid.
Canal de Salamanca. © Museo Naval, Madrid.
Vista del puerto de Palapa. © Museo de América, Madrid.
Puerto de Sorsogón. © Museo Naval, Madrid.
Volcán de Albay. © Museo Naval, Madrid.
Nativo de la isla de Guam. © Museo Naval, Madrid.
Plaza de San Francisco, en Manila. © Museo Naval, Madrid.
Negra de Manila. © Museo de América, Madrid.
Macao. © Museo Naval, Madrid.
Chino. © Museo de América, Madrid.
Pagoda chinesca. © Museo Naval, Madrid.
Delfín. © Museo de América, Madrid.
Muerte de Antonio Pineda. © Museo Naval, Madrid.
Dugongo. © Museo de América, Madrid.
Zamboanga. © Museo Naval, Madrid.
Hombre y mujer de Nueva Holanda (dos fotos). © Museo Naval, Madrid.
Colonia de Parramata. © Museo Naval, Madrid.
Colonia de Sídney. © Museo Naval, Madrid.
Recibimiento de los oficiales en bahía Botánica. © Museo de América, Madrid.
Baile de las mujeres en Vavao. © Museo Naval, Madrid.
Mujeres mariscando. © Museo de América, Madrid.
Malaspina acompañado de dos nativas. © Museo de América, Madrid.
Mujer tendida en una hamaca. © Museo de América, Madrid.
Aguada de las corbetas en la isla Vavao. © Museo de América, Madrid.
Paso de los Andes de Santiago a Mendoza. © Museo Naval, Madrid.
La corbeta Atrevida entre bancas de hielo. © Museo Naval, Madrid.
Colonia del Sacramento. © Museo Naval, Madrid.
La ciudad de Cádiz contemplada desde el castillo de San Sebastián. © Museo Naval, Madrid.
Alejandro Malaspina. © Museo Naval, Madrid.
Castillo de San Antón. © José Manuel Candales/Museo Militar de A Coruña.
Antonio Valdés. © Museo Naval, Madrid.
Retrato de Carlos IV. © Museo Naval, Madrid.
Castello di Mulazzo. Dibujo de Eugenio Branchi, reproducido del libro L’album della lunigiana di Eugenio Branchi, de Dario Manfredi (ed.), (Pontremoli: Paolo Salvi, 2008).
Alejandro Malaspina. Dibujo de Eugenio Branchi, reproducido del libro L’album della lunigiana di Eugenio Branchi, de Dario Manfredi (ed.), (Pontremoli: Paolo Salvi, 2008).
Indio guagua. © Museo de América, Madrid.
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