Uno de los más importantes del territorio del Río de la Plata, con cuya capital, Buenos Aires, la ciudad compite abiertamente. Vigilante, situada en un paraje elevado, la ciudadela domina el contorno. Abajo, la población despliega sus tentáculos bañada por el mar, circundada por una muralla de ocho baluartes. Muros viejos mal conservados, mal tratados por el continuo golpeteo del agua en su ir y venir, incompatibles con la sensación de seguridad que deben transmitir. Montevideo es un punto estratégico en la comunicación con América; en consecuencia, un amplio contingente militar se ocupa de la defensa portuaria. Un destacamento de dragones, un grupo de artilleros, una compañía de infantería, una fragata de guerra y lanchas cañoneras imponen la ley del más fuerte. Del puerto, una ensenada con forma de herradura, distan dos millas escasas hasta la ciudad, cobijo de veinte mil almas, que habitan casas de mampostería distribuidas por sucias calles mal empedradas y arrabales utilizados como mataderos. Los alrededores rebosan de humildes construcciones de piedra, adobe y techos de paja. Sencillos corrales, con cuatro estacas y una cubierta de cuero, salvaguardan el ganado.
El cerro del Pan de Azúcar domina la región occidental cual faro pétreo que es. La estructura granítica de su base refleja la continuidad continental del fondo marino, y las columnas basálticas que sustentan la cima delatan su condición volcánica. Hubiera podido pasar por un esplendoroso jardín botánico poblado de especies como mimosas, ficus, palmeras y rododendros. Cisnes, chorlitos, patos, gaviotas, cormoranes, garzas, gorriones, perdices, buitres, halcones, palomas, colibríes, ciervos, zorros, mofetas, vizcachas se cuentan también entre sus moradores multiplicando la naturaleza. Algunos ejemplares viajarán a Europa disecados, formarán parte de la primera remesa de objetos naturales remitida a Madrid. El estuario tampoco desmerece en su fauna. Lo habitaban jureles, palometas, congrios, corvinas, rayas, sepias, lenguados, meros, bogas, bagres, entre más de treinta especies. Admitámoslo, una naturaleza esplendorosa puebla estos parajes rememorando el mítico Edén.
Amplios arroyos, hermosas alamedas y gigantescas dehesas, donde vagan indolentes los rebaños de vacas y caballos, cubren las cercanías de Montevideo. La ganadería constituye la principal actividad comercial de los lugareños, aprovechando los abundantes pastos distribuidos generosamente por las praderas, donde los animales proliferan sin control. La abundancia es tal que el caballo resulta un medio de transporte generalizado, tanto que ni pobres ni esclavos viajan a pie. Incluso se pide limosna a la grupa de espléndidos corceles, componiendo una imagen surrealista, grotesca. La estrella rutilante de esta pampa es el gaucho. Altivos jinetes de vida errante, erguidos sobre ágiles y resistentes monturas, que viven una existencia nómada e independiente al albur de la naturaleza. Un caballo, un lazo, un pellón, boleadoras, el poncho, un cuchillo envainado sobre la cintura, botas de cuero, camisa de crea y chamarra, un sombrero ancho de cuero en invierno y un pajilla en verano componen la melancólica figura de este seudocentauro pampero, símbolo de una libertad asimilada como filosofía de la vida.
Montevideo es la primera tierra americana que pisa Fabio. La experiencia no le hace gracia. Añora lo que dejó atrás. Modos y maneras de ser y pensar diferentes a las costumbres que usan por estos pagos. Formas alejadas del refinamiento que conoce, impropias del hombre sensible que representa. Ya se acostumbrará. Va disgustado porque le tocó formar parte de la guarnición que custodia las corbetas, mientras el resto de oficiales exploran el territorio, trazan planos, miran al cielo, ponen en hora los relojes, se apropian de la naturaleza, recopilan noticias de ayer y de hoy. La impaciencia es mala consejera. El viaje es largo y pronto tendrá su oportunidad. Si le hacemos caso, educación e instrucción son aspectos absolutamente relajados en esta sociedad de moral disipada, caracterizada por una inacción próxima a la indolencia. Su opinión conviene con el juicio del maestro Pineda, para quien los lugareños gustan del placer de una vida floja y licenciosa, convertida en felicidad adictiva, contraproducente.
Buenos Aires es el otro núcleo urbano de referencia dentro del territorio. Hacia allí se dirige la comitiva expedicionaria. Una pequeña villa nombrada Maldonado es la primera escala. Dista escasamente media legua del mar y su puerto, junto con el de Montevideo, son los únicos amarraderos accesibles a las grandes embarcaciones. El pueblo lo componen sencillas casas distribuidas por una amplia llanura, donde el verde de los pastos compite en luminosidad con la acuosa transparencia de los humedales. Paredes de adobe y techos de paja forman calles rectilíneas, combinadas con frondosos frutales, delimitando un entorno sumamente agradable. En lontananza, el cerro del Pan de Azúcar perfila su cumbre proyectándose sobre la zona. Frecuentes y minúsculas poblaciones adornan sucesivamente el camino hasta la capital. Destaca la del Rosario por ser la ubicación de la caballada real, dedicada al servicio de postas. Río arriba se localiza la colonia del Sacramento. El poblado dista apenas diez leguas de la capital, a donde se llega también navegando cómodamente instalados en una sumaca. Bosques de melocotoneros silvestres circundan la colonia contraponiendo su belleza al yermo panorama del territorio, asolado por las disputas entre españoles e indígenas. La ciudad bonaerense aparece rodeada por hermosas campiñas y fértiles huertas, ocupando una extensa llanura costeada por el río. Sus anchas y polvorientas calles, que durante la época de lluvias forman inmensos lodazales, mantienen un aspecto porquerizo, de vertedero. Igual ocurre con los arrabales, habitual almacén de los putrefactos desechos piscícolas. Es una ciudad insalubre, de pestilencia sofocante. Menos mal que existen los vientos pamperos, pensará el viajero. Aire limpio procedente de los Andes que barre los malos olores y también las embarcaciones amarradas en la ribera. Tal es su violencia.
Sábado 31 de octubre. El grupo regresa a Montevideo. El viaje debe continuar. Antes de partir, los comandantes quieren homenajear a las autoridades por la ayuda recibida. Nada mejor que organizar una fiesta de despedida. Esa noche hubo cena, bebidas y baile hasta bien avanzada la madrugada. Su recuerdo perdurará. Por su buen hacer durante la campaña, la tripulación es recompensada con una paga extra y tres días de permiso. Podrán disfrutar de la celebración popular que se prepara en honor a Carlos IV, el nuevo monarca. Muere el padre, Carlos III, y le sucede el hijo. Es la esencia de la monarquía: a rey muerto rey puesto. Algunos marineros desertaron. Buscan fama y fortuna. No será fácil reemplazarlos. De momento Malaspina goza de la dicha inherente a las cosas bien hechas. Se lo confiesa a Gherardo Rangoni. En poco más de un mes elaboraron la carta general del Río de la Plata, trazaron los planos de Buenos Aires, Maldonado, Montevideo y Sacramento y obtuvieron prolijas noticias de los habitantes y sus recursos. Los naturalistas se aplicaron capturando peces, aves, cuadrúpedos e insectos. Un espléndido herbario y una amplia colección mineralógica completan su tesoro. Los objetos han sido convenientemente tratados, empaquetados y embarcados en el correo Princesa rumbo a Cádiz. ¿Su destino? El madrileño Gabinete de Historia Natural. Los astrónomos trabajaron a destajo. Observaron el giro de las estrellas, estudiaron los movimientos de Júpiter y sus satélites, contemplaron el paso de Mercurio frente al Sol y admiraron la Luna en su eclipse. Tampoco les faltó la salud a los marineros. Son robustos, pero no olvidemos que beben vino de Sanlúcar y comen chucrut elaborado según la receta antiescorbútica del capitán Cook: col cruda condimentada con sal, granos de enebro y anís; la mezcla se deja fermentar y obtenemos un plato suculento. Por si fuera poca felicidad, los relojes, auténtico dolor de cabeza para los navegantes a la hora de determinar la posición del barco y no terminar en la Cochinchina cuando se quiere ir a Madagascar, van como la seda, manteniendo un movimiento sumamente uniforme; no será siempre así. Son de las mejoresmarcas, se cuidan con primor y llevan funcionando poco tiempo; es normal que lo hagan correctamente.
12 de noviembre. Las corbetas no consiguen hacerse a la mar, lo impide el viento contrario. Tres días tardan los barcos en dar vela. Durante la demora hubo nuevas deserciones. Las tripulaciones se completan mediante reclutamiento forzoso, mayormente de vagabundos ignorantes de su suerte; de saberlo, se hubieran escondido. No parece la mejor solución. Huirán a la menor oportunidad. Son las seis de la mañana del domingo 15. El cielo está nublado y un viento bonancible sopla de nornoroeste. La Descubierta inicia la marcha seguida por el bergantín Carmen, que ayudará en las tareas geodésicas hasta donde alcance. La Atrevida se demora algo en suspender el ancla. Lo cuenta el oficial Francisco Viana. Se espera luna nueva en la próxima madrugada.
El 19 de abril de 1793 la expedición alcanzaba el archipiélago de Mayorga, referido por el capitán Cook en su tercer viaje como Vavao o de los Amigos. Todo presagiaba una agradable estancia y un descanso reparador, si se tenían por ciertas las noticias del marino inglés sobre el carácter amistoso de sus habitantes. Los primeros días se destinaron al examen de los alrededores y a consolidar los lazos de amistad con los indígenas, cuya actitud fue en todo momento cordial, agasajándoles continuamente con bailes y cava, la bebida tradicional.La última actividad de la expediciónen las islas fue la toma de posesión del archipiélago en nombre deCarlos IV.
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